CUANDO YO SEA LEVANTADO EN ALTO ATRAERÉ A MUCHOS HACIA MÍ.

 


CUANDO YO SEA LEVANTADO EN ALTO ATRAERÉ A MUCHOS HACIA MÍ.

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado. (Jn 16, 7- 11)

Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. (Jn 16, 12- 15) La verdad plena es Cristo crucificado y resucitado.

Seréis los testigos de Jesús.

El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.» (Hch 1, 7- 8) Con la fuerza del Espíritu Santo seremos capaces de dar testimonio de Cristo, de la misma manera que él dio testimonio del Padre

¿Cómo podemos ser testigos de Cristo?

Apropiándonos de los frutos de la redención de Cristo; Su pasión, su dolor, su sufrimiento y su muerte. “Me amó y se entregó por mí (Gál 2, 19) “Nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5, 2) Amó a su Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25) Murió para el perdón de nuestros pecados (Rm 4, 25) Aceptar su sacrificio por nosotros para recibir su perdón, su paz, su resurrección y recibir el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo nos levanta en la Cruz de Cristo: “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24) Damos testimonio de Jesús muriendo al pecado, negándonos a nosotros mismos para abrazar la cruz de Jesús con amor. (Lc 9, 23) Damos testimonio cuando nos abandonaos en las manos de Cristo, siendo sepultados con él y resucitando con él a una nueva vida (Rm. 6, 3-4. 11) Porque muerte y resurrección son dos momentos de un mismo acontecimiento, la Pascua de Cristo.

Damos testimonio cuando nos dejamos conducir por el Espíritu Santo (Rm 8, 14) Que nos lleva a Cristo, para que creamos en él, para que creyendo nos salvemos. Lo que equivale a escuchar y  obedecer la Palabra de Cristo, para construir la Casa sobre Roca (Mt 7, 24) Damos testimonio de Cristo cuando nos abramos a la acción del Espíritu Santo, rechazando el mal y amando apasionadamente el bien. Es decir, cuando cultivamos las virtudes de Cristo para revestirnos de él (Rm 13, 14)

Y damos también testimonio de Cristo. cuando con la gracia del Espíritu Santo cuando con nuestros labios proclamamos que Jesús es nuestro Salvador, nuestro Maestro y nuestro Señor. “No nos avergonzamos de la Cruz de Cristo ni de su Evangelio (Rm 1, 16) Y con la fuerza del Espíritu nos abrimos al Evangelio: Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis acordes por la fe del Evangelio,(Flp 1, 27)

Seguir a Cristo es la clave del testimonio.

Una manera que no niega el testimonio de Cristo es el seguimiento: amar y servir a Cristo. Lo que pide conversión, sin la cual no hay fe. El testimonio nos lleva a ser hombres nuevos (Ef 4, 24) Lo amamos cuando guardamos sus Mandamientos (Jn 14, 21) y cuando guardamos su Palabra (Jn 14, 23) Y le servimos cuando extendemos la mano para compartir nuestros dones con los demás. Cuando extendemos la mano para lavar los pies de nuestros hermanos (Jn 13, 13) Servimos al Cristo Jesús, cuando le hacemos justicia a los demás. Para amarlos como él nos amó a nosotros (Jn 13, 34)

Todo lo anterior equivale a levantar la Cruz de Jesús, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos dar frutos de vida eterna, desde la cruz y la resurrección. Si las separamos, quedamos vacíos, así decimos una cruz sin resurrección es puro fatalismo drástico. Y pura resurrección sin Cruz, es puro iluminismo, y puro emocionalismo, pero sin vida. Cruz y resurrección son inseparables, son dos momentos de un mismo acontecimiento: la Pascua de Cristo.

El modelo es el gano de trigo.

En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12, 24- 26) Jesús nunca nos deja solos, él camina con nosotros: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 19- 20)

La clave del testimonio es estar en Cristo, para vivir con él, caminar con él, trabajar con él, morir con él y resucitare con él, y esto es posible con la ayuda del Espíritu Santo, nuestro Paráclito.

 

 

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